Juan Manuel López Caballero, Dinero.com, octubre 26 de 2011
Aunque hoy el TLC es un hecho cumplido, vale la pena entender lo que ello significa. A comenzar por recordar que responde y fue aprobado después de ocho años de iniciada la negociación y de cinco de firmado el acuerdo, cuando el neoliberalismo con la propuesta del libre comercio internacional parecía la respuesta final para el manejo de la economía, mientras hoy, cuando entra en vigencia, ese modelo está más que cuestionado.
Está reconocido que su aplicación o desarrollo aumentó en todos los países las desigualdades, el número de pobres, la brecha salarial entre trabajadores calificados y no calificados, y generó desbalances financieros entre países y regiones, y a nivel global propició recesiones y crisis. El TLC no es otra cosa que la profundización de la apertura, agravada por la pésima negociación del acuerdo (como lo mencionó el Ministro de Agricultura). Sin embargo, sin evaluar nada de todo esto, nuestros dirigentes se han portado como el niño chiquito al que no le dejan tomar un juguete: le da la pataleta y chilla hasta que se lo dejan, pero quería tenerlo solo porque se lo habían negado.
Debería ser claro que no es que Estados Unidos quiera ayudar a Colombia; ¿o estaría pensando en ayudar también a México, a Canadá, a Corea, a Perú y en general a todos los países con quienes busca tratados bilaterales? Lo que busca son los beneficios que le da su capacidad competitiva y no el cerrar la brecha que lo separa de los subdesarrollados. Veamos como:
Cuando la relación es entre dos países de equivalente nivel de desarrollo y que producen los mismos bienes, si cada uno se dedica a aquello en lo que es más eficiente e intercambian los productos en el mercado, se logra el mejor resultado para ambos. No se requiere mucha teoría abstracta para probarlo, y es lo que se llama el sistema de las ventajas comparativas relativas.
¿Pero qué sucede cuando la relación es entre un país de alto nivel de desarrollo y uno más atrasado? ¿Qué pasa cuando en todos los productos es más eficiente un país que el otro? En este caso la teoría demuestra que también ambas partes se benefician si cada una se especializa en los rubros donde mayor productividad tiene, porque, la capacidad del conjunto de las economías de los dos países estaría utilizada de la forma más eficiente; el total de la productividad y de la producción como resultado esperado y lógico de esta división del trabajo así aumentaría, al igual que la de cada una de las partes.
Este es el sistema de ventajas comparativas absolutas en el cual las que el subdesarrollo tiene son las de los salarios (en términos concretos y sencillos donde más se expresa la diferencia de niveles de desarrollo es en los salarios) y del precio de sus recursos naturales, mientras que los más avanzados las tienen en el capital y la tecnología, en particular en la capacidad de innovación.
Se producen entonces dos fenómenos: Ese mayor producto que se genera se reparte entre ambos; pero no por partes iguales. La teoría misma que demuestra las posibles bondades establece que inevitablemente aumenta la brecha, y no solo por la proporción que se aporta, sino, además, por la naturaleza misma del mercado, porque quien más poder de negociación tiene más gana en él. Y del otro que, por ser ventajas absolutas, como se compite es explotándolas lo más posible: la posibilidad de que lo logren los subdesarrollados es bajando precios (de mano de obra y de recursos naturales), mientras la de los desarrollados es innovando en forma acelerada para cobrar más por su capital y por su tecnología. Es decir que el resultado también natural es el aumento de la brecha tecnológica y de salarios.
En la forma como está concebido, el Tratado le significará a Colombia poco avance industrial, quiebra de la agricultura, y retraso tecnológico. El país mantiene la estructura de la periferia del capitalismo colonial, dominada por la minería y el valor agregado por la mano de obra, con poco crecimiento, mucho empleo inadecuado y deterioro de la distribución del ingreso.
También la historia explica tanto o más que la teoría: ¿Cómo llegó Estados Unidos a la búsqueda de los TLC cuando se fortaleció por el proteccionismo? Después de la guerra, lo que jalonó la economía fue un crecimiento de la demanda (típico caso keynesiano). Hoy su capacidad productiva excede el consumo y el potencial de aumento del mismo; por lo tanto, necesitan compradores en el extranjero. También por eso requieren abastecerse de materias primas. Y si fue aprobado ahora es porque la crisis hizo más manifiesta esa necesidad.
No es que el presidente Obama esté engañando a su pueblo cuando dice: “El Tratado es una parte importante de los esfuerzos de mi Administración para estimular el crecimiento económico, aumentar las exportaciones y crear empleos en los Estados Unidos (…) Muy especialmente las exportaciones agrícolas se beneficiarán substancialmente con nuevas mejoras en el acceso al mercado Colombiano. (…) Esto servirá para nivelar la situación actual, porque 91% de nuestras importaciones de Colombia han gozado de acceso libre de impuestos a nuestro mercado según lo establecido en varios programas comerciales estadounidenses”.
Y en efecto: el TLC no abre nuevas puertas arancelarias de las que ya teníamos con el Atpdea; y, a menos que supongamos que tenemos la capacidad de volvernos más eficientes que toda la posible competencia, es una falacia el argumento de que el tratado garantizará que otros países no nos desplacen de los mercados ya ganados. Solo cambiaría el poder aumentar por la estabilidad del largo plazo la inversión en capital y tecnología, pero eso es el aporte del extranjero, y lo nuestro sería la mano de obra.
Lo que se abre con el TLC no es el mercado americano que es un mercado abastecido y saturado en su capacidad de consumo y motivo de la competencia mundial, mercado muy difícil y donde hay muy poco espacio para ganar; el colombiano es lo contrario y tiene todas las posibilidades y perspectivas de crecimiento; el interés americano no es la llegada de nuestros productos allá sino el acceso a nuestros mercados. Lo que haremos no es conquistar sus consumidores sino ofrecer nuestra demanda interna. La desproporción entre lo que se entrega es que Colombia baja los aranceles en promedio de 13% a 0 y Estados Unidos de 3% a 0.
Que el intercambio representa para Estados Unidos menos del 1% de su comercio internacional mientras para Colombia es más del 40%. Que el gobierno americano estima que el TLC debe incrementar las exportaciones hacia Colombia en US$1.100 millones anuales, mientras las importaciones provenientes de Colombia tan solo se incrementarán en US$487 millones por año, o sea, un balance totalmente desfavorable a nosotros, especialmente en servicios, que aumentarán en US$322 millones desde Colombia contra importaciones de US$1.146 millones que exportará Estados Unidos.
Ninguna adaptación requiere o acepta el mercado americano mientras aquí se han enumerado 23 reformas a las leyes que por supuesto no son para poder vender allá sino para facilitar su acceso acá.
De algo debería servirnos la historia y la experiencia: como lo recordó el decano de Economía de la Universidad de Los Andes, Alejandro Gaviria, México –quien fue el iniciador de los TLC con Estados Unidos– en los últimos 15 años fue el país en el que menos creció el ingreso per cápita en América Latina.
Aunque hoy el TLC es un hecho cumplido, vale la pena entender lo que ello significa. A comenzar por recordar que responde y fue aprobado después de ocho años de iniciada la negociación y de cinco de firmado el acuerdo, cuando el neoliberalismo con la propuesta del libre comercio internacional parecía la respuesta final para el manejo de la economía, mientras hoy, cuando entra en vigencia, ese modelo está más que cuestionado.
Está reconocido que su aplicación o desarrollo aumentó en todos los países las desigualdades, el número de pobres, la brecha salarial entre trabajadores calificados y no calificados, y generó desbalances financieros entre países y regiones, y a nivel global propició recesiones y crisis. El TLC no es otra cosa que la profundización de la apertura, agravada por la pésima negociación del acuerdo (como lo mencionó el Ministro de Agricultura). Sin embargo, sin evaluar nada de todo esto, nuestros dirigentes se han portado como el niño chiquito al que no le dejan tomar un juguete: le da la pataleta y chilla hasta que se lo dejan, pero quería tenerlo solo porque se lo habían negado.
Debería ser claro que no es que Estados Unidos quiera ayudar a Colombia; ¿o estaría pensando en ayudar también a México, a Canadá, a Corea, a Perú y en general a todos los países con quienes busca tratados bilaterales? Lo que busca son los beneficios que le da su capacidad competitiva y no el cerrar la brecha que lo separa de los subdesarrollados. Veamos como:
Cuando la relación es entre dos países de equivalente nivel de desarrollo y que producen los mismos bienes, si cada uno se dedica a aquello en lo que es más eficiente e intercambian los productos en el mercado, se logra el mejor resultado para ambos. No se requiere mucha teoría abstracta para probarlo, y es lo que se llama el sistema de las ventajas comparativas relativas.
¿Pero qué sucede cuando la relación es entre un país de alto nivel de desarrollo y uno más atrasado? ¿Qué pasa cuando en todos los productos es más eficiente un país que el otro? En este caso la teoría demuestra que también ambas partes se benefician si cada una se especializa en los rubros donde mayor productividad tiene, porque, la capacidad del conjunto de las economías de los dos países estaría utilizada de la forma más eficiente; el total de la productividad y de la producción como resultado esperado y lógico de esta división del trabajo así aumentaría, al igual que la de cada una de las partes.
Este es el sistema de ventajas comparativas absolutas en el cual las que el subdesarrollo tiene son las de los salarios (en términos concretos y sencillos donde más se expresa la diferencia de niveles de desarrollo es en los salarios) y del precio de sus recursos naturales, mientras que los más avanzados las tienen en el capital y la tecnología, en particular en la capacidad de innovación.
Se producen entonces dos fenómenos: Ese mayor producto que se genera se reparte entre ambos; pero no por partes iguales. La teoría misma que demuestra las posibles bondades establece que inevitablemente aumenta la brecha, y no solo por la proporción que se aporta, sino, además, por la naturaleza misma del mercado, porque quien más poder de negociación tiene más gana en él. Y del otro que, por ser ventajas absolutas, como se compite es explotándolas lo más posible: la posibilidad de que lo logren los subdesarrollados es bajando precios (de mano de obra y de recursos naturales), mientras la de los desarrollados es innovando en forma acelerada para cobrar más por su capital y por su tecnología. Es decir que el resultado también natural es el aumento de la brecha tecnológica y de salarios.
En la forma como está concebido, el Tratado le significará a Colombia poco avance industrial, quiebra de la agricultura, y retraso tecnológico. El país mantiene la estructura de la periferia del capitalismo colonial, dominada por la minería y el valor agregado por la mano de obra, con poco crecimiento, mucho empleo inadecuado y deterioro de la distribución del ingreso.
También la historia explica tanto o más que la teoría: ¿Cómo llegó Estados Unidos a la búsqueda de los TLC cuando se fortaleció por el proteccionismo? Después de la guerra, lo que jalonó la economía fue un crecimiento de la demanda (típico caso keynesiano). Hoy su capacidad productiva excede el consumo y el potencial de aumento del mismo; por lo tanto, necesitan compradores en el extranjero. También por eso requieren abastecerse de materias primas. Y si fue aprobado ahora es porque la crisis hizo más manifiesta esa necesidad.
No es que el presidente Obama esté engañando a su pueblo cuando dice: “El Tratado es una parte importante de los esfuerzos de mi Administración para estimular el crecimiento económico, aumentar las exportaciones y crear empleos en los Estados Unidos (…) Muy especialmente las exportaciones agrícolas se beneficiarán substancialmente con nuevas mejoras en el acceso al mercado Colombiano. (…) Esto servirá para nivelar la situación actual, porque 91% de nuestras importaciones de Colombia han gozado de acceso libre de impuestos a nuestro mercado según lo establecido en varios programas comerciales estadounidenses”.
Y en efecto: el TLC no abre nuevas puertas arancelarias de las que ya teníamos con el Atpdea; y, a menos que supongamos que tenemos la capacidad de volvernos más eficientes que toda la posible competencia, es una falacia el argumento de que el tratado garantizará que otros países no nos desplacen de los mercados ya ganados. Solo cambiaría el poder aumentar por la estabilidad del largo plazo la inversión en capital y tecnología, pero eso es el aporte del extranjero, y lo nuestro sería la mano de obra.
Lo que se abre con el TLC no es el mercado americano que es un mercado abastecido y saturado en su capacidad de consumo y motivo de la competencia mundial, mercado muy difícil y donde hay muy poco espacio para ganar; el colombiano es lo contrario y tiene todas las posibilidades y perspectivas de crecimiento; el interés americano no es la llegada de nuestros productos allá sino el acceso a nuestros mercados. Lo que haremos no es conquistar sus consumidores sino ofrecer nuestra demanda interna. La desproporción entre lo que se entrega es que Colombia baja los aranceles en promedio de 13% a 0 y Estados Unidos de 3% a 0.
Que el intercambio representa para Estados Unidos menos del 1% de su comercio internacional mientras para Colombia es más del 40%. Que el gobierno americano estima que el TLC debe incrementar las exportaciones hacia Colombia en US$1.100 millones anuales, mientras las importaciones provenientes de Colombia tan solo se incrementarán en US$487 millones por año, o sea, un balance totalmente desfavorable a nosotros, especialmente en servicios, que aumentarán en US$322 millones desde Colombia contra importaciones de US$1.146 millones que exportará Estados Unidos.
Ninguna adaptación requiere o acepta el mercado americano mientras aquí se han enumerado 23 reformas a las leyes que por supuesto no son para poder vender allá sino para facilitar su acceso acá.
De algo debería servirnos la historia y la experiencia: como lo recordó el decano de Economía de la Universidad de Los Andes, Alejandro Gaviria, México –quien fue el iniciador de los TLC con Estados Unidos– en los últimos 15 años fue el país en el que menos creció el ingreso per cápita en América Latina.
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