Francisco Torres, Arauca, Julio 1 del 2012
Todos conocemos la historia del hombre bueno que deviene en malvado por la ejecución de un acto diabólico. Es un lugar común de las leyendas y cuentos moralizadores de diversas culturas que ha recogido este capitalismo en su fase agonizante, en rediciones cada vez más chabacanas de vampiros, hombres lobos, hombres verdes, súper héroes y científicos desquiciados.
Entre ellas sobresale en su papel precursor –con insoportable pedantería victoriana- la del Doctor Jekyll y míster Hyde. El referido doctor después de muchos desvelos y mucha plata gastada a su cuenta, desarrolla una pócima que por su libre albedrío –el de la pócima- lo transmuta de un ser noble e intrínsecamente bueno en un monstruo capaz de los más bajos crímenes, el referido señor Hyde.
Pues bien, algo así viene sucediendo en Colombia. Pero como Colombia es Colombia, no es que el buenazo del doctor se convierta en el malo del señor, sino al revés. Me explico. Al compás del vendaval nacional contra la reforma a la justicia, sus progenitores encabezados por su autor intelectual, el presidente Santos, súbitamente acorralados en sus protervos designios, fingen tomar un bebedizo que los convierte en buenos doctores, buenos muchachos que al mismo tiempo que se dan sentidos golpes de pecho, gritan dando cátedra de moralidad y se echan la culpa los unos a los otros en una pelea de comadres que como toda buena pelea de comadres deja ver la verdad.
Es la simulación de la reversa de un proceso que no existió. Nunca fueron laboriosos científicos que por equivocación engendraran un monstruo, como ellos lo afirman al clamar que la reforma se les convirtió inadvertidamente en un frankestein. Muy por el contrario, en ellos se cumple la sentencia del más grande de los poetas. Lo que en el mal nace, en el mal se perfecciona.
Desde el día en que comenzaron hace dos años tenían en mente las macabras piezas que iban a ensamblar. Trabajaron sobre planos. Lo que surgió el fatídico día de la conciliación era lo que se proponían desde el principio. Y lo hicieron sin mayor teatralidad. La voz próvida de artificios leguleyos del Ministro de Justicia ordenando que se subiera al engendro para que fuera llamado a la vida por el relámpago de la aprobación parlamentaria, el presidente de la Cámara fingiendo que leía o que no sabía leer, la turba ahíta de prebendas y consagrada de aseguradas simonías de la bancada de la impunidad nacional, presta a votar, y Santos, el pastor del impúdico rebaño, esperando tranquilo a que los pedazos zurcidos echarán a andar.
Las tenían todas consigo. Todas las madrinas encarnadas en fiscales y procuradores, todos los poderes a estipendio. Sin embargo los cogió la hora de la verdad y en un momento la indignación nacional desnudó el repugnante engendró. Entonces, para ocultar la felonía que no se podía ocultar, barrieron al monstruo bajo la alfombra. No les sirvió la maniobra, el hedor del cadáver insepulto continúa envenenando el aire de la república.
A todo señor todo honor. No hubiera sido posible derrotar a los señores Hyde de la presidencia y del Congreso sin el trabajo incansable de aquellos que desde el principio se opusieron. En el Congreso a la bancada del POLO que siguiendo los lineamientos de su dirección nacional votó inflexiblemente en contra en los ocho debates, que salió a la calle a protestar junto con las organizaciones sindicales, que estuvo en los plantones, que estudió letra a letra el texto denunciando sus atrocidades a una opinión pública al principio indiferente y en la hora decisiva, decisiva en sus designios y procederes.
Esta historia no se ha acabado. Volverá el Doctor Santos –le toca por orden de sus amos de Washington- a llevar a consideración –es una ironía parlamentaría por decir genuflexa aprobación- de su vilipendiada bancada –vilipendiada hasta por él mismo- otros monstruitos. El de la reforma tributaria, el de la reforma pensional. Volverán a asumir el ejecutivo y el legislativo el papel de doctos tecnócratas que buscan la salvación de Colombia hundiendo al pueblo, las clases medias y la producción nacional. Esa charada lleva por nombre austeridad. Pero sin duda el país ha dado un salto en conocer sus maturrangas y el cinismo del que hacen gala cada vez que los agarran con las manos en la masa, no los salvará.
Todos conocemos la historia del hombre bueno que deviene en malvado por la ejecución de un acto diabólico. Es un lugar común de las leyendas y cuentos moralizadores de diversas culturas que ha recogido este capitalismo en su fase agonizante, en rediciones cada vez más chabacanas de vampiros, hombres lobos, hombres verdes, súper héroes y científicos desquiciados.
Entre ellas sobresale en su papel precursor –con insoportable pedantería victoriana- la del Doctor Jekyll y míster Hyde. El referido doctor después de muchos desvelos y mucha plata gastada a su cuenta, desarrolla una pócima que por su libre albedrío –el de la pócima- lo transmuta de un ser noble e intrínsecamente bueno en un monstruo capaz de los más bajos crímenes, el referido señor Hyde.
Pues bien, algo así viene sucediendo en Colombia. Pero como Colombia es Colombia, no es que el buenazo del doctor se convierta en el malo del señor, sino al revés. Me explico. Al compás del vendaval nacional contra la reforma a la justicia, sus progenitores encabezados por su autor intelectual, el presidente Santos, súbitamente acorralados en sus protervos designios, fingen tomar un bebedizo que los convierte en buenos doctores, buenos muchachos que al mismo tiempo que se dan sentidos golpes de pecho, gritan dando cátedra de moralidad y se echan la culpa los unos a los otros en una pelea de comadres que como toda buena pelea de comadres deja ver la verdad.
Es la simulación de la reversa de un proceso que no existió. Nunca fueron laboriosos científicos que por equivocación engendraran un monstruo, como ellos lo afirman al clamar que la reforma se les convirtió inadvertidamente en un frankestein. Muy por el contrario, en ellos se cumple la sentencia del más grande de los poetas. Lo que en el mal nace, en el mal se perfecciona.
Desde el día en que comenzaron hace dos años tenían en mente las macabras piezas que iban a ensamblar. Trabajaron sobre planos. Lo que surgió el fatídico día de la conciliación era lo que se proponían desde el principio. Y lo hicieron sin mayor teatralidad. La voz próvida de artificios leguleyos del Ministro de Justicia ordenando que se subiera al engendro para que fuera llamado a la vida por el relámpago de la aprobación parlamentaria, el presidente de la Cámara fingiendo que leía o que no sabía leer, la turba ahíta de prebendas y consagrada de aseguradas simonías de la bancada de la impunidad nacional, presta a votar, y Santos, el pastor del impúdico rebaño, esperando tranquilo a que los pedazos zurcidos echarán a andar.
Las tenían todas consigo. Todas las madrinas encarnadas en fiscales y procuradores, todos los poderes a estipendio. Sin embargo los cogió la hora de la verdad y en un momento la indignación nacional desnudó el repugnante engendró. Entonces, para ocultar la felonía que no se podía ocultar, barrieron al monstruo bajo la alfombra. No les sirvió la maniobra, el hedor del cadáver insepulto continúa envenenando el aire de la república.
A todo señor todo honor. No hubiera sido posible derrotar a los señores Hyde de la presidencia y del Congreso sin el trabajo incansable de aquellos que desde el principio se opusieron. En el Congreso a la bancada del POLO que siguiendo los lineamientos de su dirección nacional votó inflexiblemente en contra en los ocho debates, que salió a la calle a protestar junto con las organizaciones sindicales, que estuvo en los plantones, que estudió letra a letra el texto denunciando sus atrocidades a una opinión pública al principio indiferente y en la hora decisiva, decisiva en sus designios y procederes.
Esta historia no se ha acabado. Volverá el Doctor Santos –le toca por orden de sus amos de Washington- a llevar a consideración –es una ironía parlamentaría por decir genuflexa aprobación- de su vilipendiada bancada –vilipendiada hasta por él mismo- otros monstruitos. El de la reforma tributaria, el de la reforma pensional. Volverán a asumir el ejecutivo y el legislativo el papel de doctos tecnócratas que buscan la salvación de Colombia hundiendo al pueblo, las clases medias y la producción nacional. Esa charada lleva por nombre austeridad. Pero sin duda el país ha dado un salto en conocer sus maturrangas y el cinismo del que hacen gala cada vez que los agarran con las manos en la masa, no los salvará.
0 comentarios:
Publicar un comentario