Carlos Tobar, Neiva, 14 de agosto de 2012

En una apoteósica manifestación en Manizales más de 20.000 caficultores de todos los rincones del país: de Antioquia, Caldas, Quindío, Risaralda, Valle, Cauca, Nariño, Santander, Cundinamarca, Cesar, Tolima…y del Huila, levantaron su voz de protesta por la crítica situación que atraviesa el gremio –el más importante del sector agrícola nacional–. La delegación huilense la conformaron cafeteros de Palestina, Acevedo, Suaza, Guadalupe, Pitalito, San Agustín, Elías, Oporapa, Timaná, Garzón, La Plata, Pital, Agrado, Nátaga, Íquira, Neiva y Baraya. Esta amplia representatividad nacional y regional, es muestra fehaciente de que los reclamos de los productores cafeteros son no solo generalizados, sino que la crisis de producción, de precio y de comercialización, llegó a extremos inaguantables para unos campesinos abandonados por el gobierno, (¿dónde está el Ministro de Agricultura?), y por la alta y bien pagada burocracia de la Federación de Cafeteros.

La situación de 550.000 familias campesinas que dependen para su subsistencia del “cafecito” es en extremo grave. No solo se está recibiendo la más baja remuneración por carga de café, producto de la aplicación de las políticas de libre comercio, que ha conducido al abandono y la debilidad de los productores, que en su progresiva pauperización y sin mayores estímulos no pueden asistir como se debe el cultivo, sino que la producción se vino a pique. De un tope de 16 millones de sacos por año que alguna vez alcanzamos, bajamos a un promedio entre 11 y 12 millones de sacos, en la década pasada, y caímos a algo menos de 8 millones de sacos en los dos últimos años. Como se dice en economía, se ha configurado una “tormenta perfecta”. Si para un producto los precios bajos son una tragedia, es infinitamente peor no tener producto. Y las dos circunstancias se dan de manera simultánea: una tragedia para los pequeñísimos cultivadores que ni apelando a las más brutales aguantadas de hambre pueden sostener los cultivos. Porque hay que decirlo con claridad: el cultivo del café sobrevive en Colombia gracias al sacrificio de pequeños productores que se aferran desesperadamente a él, porque todas las demás actividades agropecuarias están peor. Los agricultores que hacen cuentas, que tienen una cultura empresarial, hace rato se salieron del cultivo porque como negocio es muy malo; no da sino pérdidas. Esa es la razón de la migración del cultivo de Antioquia, el Viejo Caldas, Tolima, Cundinamarca y el Valle, hacia el sur del país: Nariño, el Cauca y el Huila.

La política del gobierno nacional, consentida y promovida con la complicidad de la alta burocracia de la Federación Nacional de Cafeteros, es nefasta para el cultivo y lo está liquidando. ¡O se cambia, o se cambia! Aquí no hay términos medios. Debe empezarse por garantizar un precio remunerativo de al menos, a precios de hoy, un millón de pesos por carga; deben desarrollarse variedades resistentes a las enfermedades, fortaleciendo la investigación de Cenicafé, abandonada en los últimos años; deben controlarse los precios de los insumos; debe retomarse la asistencia técnica con la transferencia permanente de nuevas tecnologías y, sobre todo debe garantizarse la comercialización de las cosechas de los productores campesinos, eliminando las intermediaciones innecesarias. Para el Huila esta reorientación de la política cafetera es vital. Todos a una debemos unir esfuerzos para que sea una realidad ya.

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