María Antonieta Cano, Bogotá, octubre 17 de 2012

El haber conquistado, a través de la huelga y la movilización, la posibilidad de negociar con el Gobierno y el Congreso los contenidos de la Ley General de Educación, ha sido uno de los principales logros de los maestros en su historial de lucha. Esta conquista democrática produjo dos hechos en materia de autonomía escolar: uno, que sean las instituciones educativas y los maestros los que asuman, autónomamente, el diseño curricular, dándoles un carácter democrático a los planes educativos, permitiendo la pluralidad que fomenta el debate, elemento indispensable para el avance de las sociedades; y dos, que el aparato estatal centre sus funciones en financiar adecuadamente la educación y en vigilar que todos los procesos educativos se lleven a buen término.

El punto clave es que le quita al Estado el control de los contenidos de la educación. La revolución que hizo Santander fue quitárselos a la Iglesia. Núñez se los devuelve. El Concordato firmado por López Michelsen se los devolvió al Estado. Con la Ley General de Educación se les quita al Estado y a la Iglesia la potestad de definir los contenidos y se los entrega a las instituciones educativas. La ley también contiene la libertad de cátedra con esta observación: la autonomía es de la institución y la libertad de cátedra es de los maestros.

Las imposiciones del Ministerio de Educación Nacional atropellan estos derechos. A través de decretos, leyes, directivas ministeriales, circulares, se demuele la autonomía y se quebranta la libertad de cátedra volviendo obligatorios los dictámenes ministeriales en cuanto a los criterios que rigen el proceso de enseñanza-aprendizaje.

En las ciencias sociales, desde el Ministerio se “propone” la integración de la historia y la geografía, con consecuencias funestas para la vida nacional: el conocimiento de la historia, sobre todo la de Colombia, y principalmente de su lucha por la independencia nacional, ha sido desterrado de los planes de estudio y el conocimiento de la geografía física ha sido, literalmente, borrado del mapa. Es por eso que en la era neoliberal no se sabe de dónde venimos, dónde estamos parados ni mucho menos para dónde vamos.

El neoliberalismo exige controlar el pensamiento social, mantener la hegemonía sobre el aparato educativo y ponerlo al servicio de la globalización. La política neoliberal en educación, practicada por los gobiernos de los últimos veinte años, impuso un método que desecha el conocimiento básico y se fundamenta en “competencias” y estándares curriculares. En consonancia con este objetivo, se introdujeron los exámenes ICFES y las pruebas SABER, que evalúan a los estudiantes dentro de esos parámetros, lo que le imprime una característica definitiva a esa política, que es poner la educación al servicio de los intereses dominantes en una economía de mercado.

La globalización destruye culturas e historias. Para esto, desde las agencias internacionales de crédito, –BID, Banco Mundial, FMI– se trazan planes de estudio estandarizados que gobiernos como el colombiano acatan juiciosamente. La mezcla de la historia y la geografía en lo que se ha denominado ciencias sociales extingue la memoria colectiva y acaba con la identidad nacional, situación propicia para la aplicación de políticas como las que imponen los TLC, que sumen al país en la dependencia a las potencias extranjeras. No es casual que la política gubernamental imponga una práctica pedagógica que anula el conocimiento de la historia nacional y de las riquezas geográficas que poseemos. En las condiciones actuales de la globalización imperialista, de saqueo de nuestros recursos naturales por parte de las multinacionales, de la entrega de la soberanía nacional, no podría esperarse algo diferente.

El profesor José Fernando Ocampo ha señalado la importancia estratégica de la enseñanza de la historia y la geografía en esta gravísima coyuntura en que con los Tratados de Libre Comercio se “estará definiendo la historia y la geografía –por lo menos la económica– de este país por muchos años hacia el futuro”.

En la revista Educación y Cultura No. 72, el profesor Ocampo propone un plan de estudios que contribuiría a rescatar las dos asignaturas. Los consejos académicos y directivos de las instituciones educativas, haciendo uso de su autonomía escolar, pueden tomar la decisión de separar la enseñanza de la historia y la geografía; semestralizarlas para que tengan una buena intensidad horaria, extenderlas hasta los grados décimo y undécimo; tomar como punto de partida la historia nacional y su lucha por la soberanía nacional, para llegar a la universal, con una perspectiva científica; y hacia una comprensión del desarrollo de la sociedad humana en su conjunto.

La tarea de luchar contra la integración, los estándares y las competencias no va a ser fácil y sin embargo, esta batalla por la recuperación de la autonomía escolar, la libertad de cátedra y con ellos la enseñanza de la historia y la geografía resulta imprescindible para que no se nos pueda aplicar la famosa frase citada y arreglada por Marx en el Dieciocho Brumario en la que se refiere a Hegel y dice: “Hegel dice en alguna parte que todos los grandes hechos y personajes de la historia universal se producen, como si dijéramos dos veces. Pero se olvidó de agregar: una vez como tragedia y otra vez como farsa". Así que, el pueblo que no conoce su historia está condenado a repetirla.

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